Esta semana volvieron los chavales al cole. Septiembre es, en efecto, una especie de segundo enero. Después de las vacaciones todo vuelve a empezar, todo son propósitos y planes. Para muchos, también como en enero, todo termina quedando en agua de borrajas, pero hay una especie de ser humano, el político, que sí que acusa marcadamente el regreso veraniego en su ciclo biológico.
Es que es llegar septiembre, y volver los políticos a hacer de las suyas. En particular, comienzan con su peculiar cortejo y luchas entre candidatos a macho alfa, que culminan con el rito de apareamiento anual que supone la aprobación de los presupuestos generales del Estado.
Asumo que ya estaréis hasta las narices de que os hablen del debate sobre la crisis, sobre la(s) subida(s) de impuestos, el galopante déficit y sobre la necesidad de recortar el gasto, pero espero que me permitáis que yo también os dé la brasa con el tema. No os preocupéis, que no va la cosa de impuestos; más bien toca hablar de los gastos. Y su recorte.
En lo único que se pusieron medio de acuerdo Gobierno y oposición es en sentarse a decidir dónde meterle tijera a los presupuestos de la administración. O lo que es lo mismo, el gobierno ya estudia en el borrador de los presupuestos que partidas reducir. Supongo que a estas alturas de tan larga introducción ya os lo veis venir: Alarma en la comunidad científica por los recortes en investigación.
El Gobierno baraja, al parecer, recortar un 37% el presupuesto del dinero destinado a financiar los proyectos de I+D, las becas y los contratos de investigadores, incluidas las convocatorias del Plan Nacional. La ministra del ramo, Cristina Garmendia, sin embargo, sigue insistiendo en que "hay que apoyar a los sectores tecnológicos emergentes si queremos cambiar el modelo productivo".
No sé a vosotros, pero a mí esto me da la sensación de que existe una disonancia abismal entre Garmendia y Zapatero, entre la politica de inversiones de futuro y la de tapar agujeros, y que el ministerio tiene que recurrir a la prensa para airear estas diferencias, generar ruido entre los investigadores e intentar así tener más poder para frenar el tijeretazo (como ya se consiguió, si recordáis, cuando el dueño de la tijera era Solbes; veremos qué tal funciona la jugada con Salgado).
La magnitud real del recorte se sabrá cuando termine el proceso de negociación, interna y externa, del Gobierno. Pero que va a haber recorte es indudable. Lo que me lleva a preguntarme: ¿Un país dispuesto a endeudarse un 10% del PIB, de verdad necesita recortar una partida que no supone ni siquiera un 2%? ¿No sería mejor, ya puestos, que algún puntillo porcentual de ese déficit pasase a engordar también la apuesta por la ciencia y la innovación?
Una de dos: o el Presidente no se cree a sí mismo cuando dice que España debe aprovechar la crisis para cambiar de modelo productivo, o es demasiado consciente de que pueden más las voces y los votos de los millones de parados que los de los ¿cientos? de investigadores que se quedaran sin trabajo. O las dos cosas.