Y llegó la imprenta, y con ella se abaratan los costes de producción y distribución de los libros, así que la comunidad receptora de los ensayos filosóficos aumenta (en parte, también, porque esto de descubrir nuevas tierras allende los mares es un chollo y el número de potentados crece; la ociosidad es algo que da el dinero). Y como el círculo estaba haciéndose ya un poquito amplio, algunos de estos filósofos deciden diferenciarse del resto. Científicos, se llaman, y su manera de explicar el mundo es diferente. Método científico, le dicen. Pero si metodológicamente se diferencian del resto de filósofos, hay algo que siguen haciendo igual: escribir tochos infumables que sólo leen sus colegas.
Pronto el número de científicos fue tan grande que nadie tenía tiempo para leer lo que los demás escribían, contestarles y además hacer experimentos (ejem), de modo que empezaron a formar sociedades, clubs de aficionados a las ciencias, donde de cuando en cuando se juntaban todos los que podían acudir y el que quería presentaba oralmente y por escrito sus últimos descubrimientos, que eran a continuación debatidos.
Fast forward, que la intro está quedando larga. De tomar notas mientras uno observa dos mariquitas copulando y quizá luego comentar el asunto en la plaza de la polis (el sexo entre mariquitas parece que fue un tema popular en la antigua Grecia), pasamos a tomar notas en el cuaderno de laboratorio y comentar el asunto luego en las reuniones de grupo o frente a la máquina de café. Dicho así la labor del científico parece haber cambiado poco, pero ese es sólo el principio de la difusión del conocimiento.
Porque la difusión del conocimiento es el fin último de la ciencia. Primero, porque sin difundir tus resultados, otros investigadores no podrían tenerlos en cuenta y se podría caer en el absurdo de que todos los científicos del mundo estuviesen investigando (¡y resolviendo!) el mismo problema. Segundo, porque al difundir tus resultados das pie para que otros investigadores los comprueben (y te den la razón) o los refuten (y aunque tú salgas escaldado, la ciencia avanzará en el sentido correcto). Conforme crece la comunidad destinataria de esta difusión (unos creen que es se restringe sólo a la comunidad científica, otros abogan porque la ciencia debe rendir cuentas a la sociedad, yo creo que en realidad se trata de un gradiente), así se complica el proceso de divulgación. Pasamos de charlar en el ágora, mandar cartas a los filósofos de otras polis y quizá llegar a escribir algún libro a participar en congresos internacionales, redactar artículos que se publicarán en revistas especializadas que llegan a todas las universidades y centros de investigación del mundo (en potencia, hablare sobre eso más adelante), y quizá llegar a escribir algún libro.
En esencia el procedimiento es el mismo, pero la magnitud de la conversación científica ha aumentado exponencialmente. Si el filósofo griego no escribía un libro para sacarse unos cuantos dracmas, el científico moderno tampoco lo hace. El libro del griego era caro de producir y caro de distribuir, y el mercado era reducido. El artículo/libro del moderno es barato de producir, barato de distribuir, pero el mercado ha aumentado muchísimo (quizá por eso los costes de producción hayan caído en picado, si hacemos caso a los economistas). El caso es que aunque producir un libro se haya abaratado, el monto total de la producción y distribución sigue siendo algo que difícilmente pueda salir del bolsillo del científico. Por eso existen las editoriales y por eso las revistas científicas sólo llegan allá donde se puedan permitir una suscripción (que no suele ser moco de pavo).
Sin embargo sucede que el mundo moderno no es la Grecia clásica donde los libros tengan que ser de fino pergamino o cuero y tengan que recorrer el mundo a bordo de un trirreme tirado por esclavos. Tenemos Internet, for Darwin's sake, y un texto, científico o no, es información que puede viajar en formato electrónico. Si no hay que comprar papel, tinta, imprentas, pagar sueldos a la legión de enanos que mueven los tipos ni a los gnomos que llevan las revistas a todas las universidades... ¿por qué seguir haciéndolo? Ciertamente hay costes nuevos: mantenimiento del servidor, conexión a la red, pero no son tan tremendos como para justificar los precios que se piden (y, recordémoslo, el científico no sólo paga por leer un artículo, sino también por publicarlo, y añadamos los ingresos por publicidad --cualquiera que haya hojeado un Science o Nature sabrá a lo que me refiero).
O igual es que a los costes intrínsecos de producción hay que sumarles otros. Los sueldos de los editores de cada revista. Los sueldos de los que llevan las cuentas de la empresa. Los sueldos de los dueños de la empresa.... Vamos, que si las editoriales no se adaptan al nuevo medio completamente es por defender su posición.
Pero nada puede frenar el avance de la ciencia, las leyes de la economía están de nuestro lado. Cuanto más barato sea algo, más gente podrá comprarlo. Si lo das gratis.. ¡todo el mundo puede tenerlo!. Claro que así no tendrías ingresos directos, pero seguro que tanto tráfico te da alguna idea sobre ingresos indirectos... Aparte que claro, siempre te puedes declarar una organización sin ánimo de lucro y pedir subvenciones a organismos estatales, aceptar donaciones, y quizá mantener lo de cobrar al autor (al fin y al cabo hoy en día sin un buen fajo de $$$ no se hace ciencia, y ese fajo no sale de tu bolsillo sino del presupuesto de alguna entidad financiadora).
Y si el artículo es de libre acceso, entonces cualquiera podrá ponerlo en su página web, y las bibliotecas podrán tener catálogos accesibles online, y cuando alguien busque referencias usará el Google Académico o alguna red P2P y encontrará varios sitios desde los cuales descargar el artículo. Sí, esto disminuirá el tráfico (aunque sin duda la página de la revista será el primer resultado de cada búsqueda, o debería) y con él los ingresos indirectos, pero a cambio también disminuirán los costes de mantenimiento.
¿Es esto una utopía? No. Ya existen Iniciativas de este estilo, como la Public Library of Science (PLoS para los amigos) que se define a sí misma como "una organización de científicos y médicos sin ánimo de lucro dedicada a hacer que la literatura científica y médica mundial sea un recurso público gratuito". Utilizan licencias creative commons que permiten la lectura, descarga, copia y distribución de los contenidos sin pagar por ello y el número de revistas creadas no para de crecer y están siendo catalogadas por Thomson Scientific con índices de impacto nada despreciables.
Y ya que hablamos de los índices de Thomson Scientific, PLoS Biology ha publicado un artículo que ha estudiado la acumulación de citas en dos poblaciones de artículos publicados en los Proceedings de la National Academy of Sciences (PNAS para los amigos). Y es que esta publicación tiene dos tipos de artículos, unos de acceso abierto (sufragados íntegramente por los autores, y por tanto de más cara publicación de cara al autor) y otros de acceso restringido (el lector tiene que pagar para leerlos, pero el autor se ahorra lo suyo). Pues bien, la conclusión de Gunther Eysenbach es que los artículos publicados en acceso abierto acumulan citas más rápidamente que los de acceso restringido. De hecho, empiezan a acumularlas antes. Esto nos lleva a deducir que al eliminar las restricciones de acceso a un artículo aumenta su visibilidad, llega a una mayor proporción de la comunidad científica y lo hace de una manera más rápida, y el impacto del artículo, por lo tanto, aumenta.
Para el científico, en resumen, el libre acceso al conocimiento no es sólo un ideal, sino el mejor medio para alcanzar la meta del método científico: difundir los conocimientos al máximo. Resistirse a ello, aunque sea por motivos económicos empresariales, es oponerse al avance de la ciencia. Y la ciencia avanza, caiga quien caiga. Las editoriales que no se adapten al nuevo modelo terminarán cayendo a la larga porque nadie querrá publicar con ellas, con sus índices de impacto cada vez más bajos. Por eso ya se vislumbran movimientos positivos en el campo editorial (cosas como esa de PNAS de que el autor elija si su artículo será de libre acceso o no). Cuanto más se extienda la moda, más presión sobre las editoriales para cambiar. Y al final, el paso al libre acceso será inevitable.