Mis más cercanos colegas de laboratorio son una pareja de postdocs mejicanos. Cuando hablamos de ciencia, después de un determinado número de cervezas, siempre terminamos mencionando un estudio publicado en Nature sobre La Ola. Para el que no se lo crea, aquí está el artículo. Y para el que no sepa de lo que hablo, "La Ola" (mexicana) es esa que se propaga por los estadios de futbol.
El caso es que para los mejicanos este es el ejemplo típico del tipo de estudio absurdo pero que se publica alto por lo 'cool' que parece. Para mí, en cambio, es un ejemplo de cómo hacer ciencia con lo cotidiano, cómo ver la complejidad matemático-física subyacente a un comportamiento humano. El caso es que nunca soy capaz de convencerles de lo interesantísimo que es este estudio.
Hoy, hablando con otra gente (la del canal #blogalia, para los curiosos), después de mirar por la ventana, se me ocurre preguntarles cuántas gaviotas hacen falta para formar una bandada. Y de repente este estudio me viene a la cabeza. Una de las principales conclusiones del equipo húngaro es que hacen falta 30 personas 'to get the wave going'. Pero no vale que sean 30 personas repartidas aleatoriamente en el estadio de Maracaná, no, tienen que estar agrupadas. Es decir, que hay un momento crítico en el que el movimiento simultáneo de un número de personas deja de percibirse como ruido aleatorio para ser interpretado como algo nuevo, un grupo coordinado que señala el inicio de una ola.
Para el que aún no pille la importancia cuasi ontológica de este tipo de estuidos sobre propiedades emergentes (quizá al soltar un par de buzzwords haya atraído la atención de alguien), quizá sí lo haga el mencionar que el modelo utilizado para la ola es uno utilizado (previamente) para estudiar la fisiología de la contracción cardíaca. Todo el mundo sabe que su corazón late, pero lo que quizá no todo el mundo sepa es por qué late (es decir, mantiene un ritmo de contracciones y relajaciones musculares), ni cómo es posible que se varíe el ritmo de manera coordinada (es decir, que no nos dé un ataque al corazón cada vez que vemos o nos acordamos de Laura).
La respuesta es sorprendente: el corazón es un estadio de futbol y el latido se da gracias a una corriente eléctrica que lo rodea cual ola mejicana. Todo músculo (y el corazón es lo que es) se contrae cuando recibe un estímulo eléctrico proveniente de la terminación nerviosa adyacente. Los detalles moleculares son fascinantes, pero no entraré en ellos. El caso es que sería estúpido tener un nervio controlando contínuamente cada latido del corazón, así que este musculo es algo especial debido a que posee cierta autonomía. En realidad lo que ocurre es que el músculo cardíaco tiene una propiedad normalmente encontrada sólo en el tejido neruronal: una corriente de inversión de la polaridad de membrana recorre las células cardíacas. Esta corriente se origina en un nodo y se extiende al resto del corazón para regresar de nuevo a este nodo y comenzar de nuevo el proceso.
¿Os imagináis qué pasaría si cada fibra del corazón decidiese contraerse por su cuenta? Pues menuda arritmia, sí. Así que la clave para que nuestro corazoncito siga amando a Laura todo sanote es la correcta estimación de cada célula muscular de cuándo contraerse, y este momento es cuando las demás células que la rodean lo están haciendo. Responder a la pregunta de cuántas células en concreto se necesitan es lo mismo que responder cuántas personas son necesarias para formar una ola: determinar el punto umbral a partir del cual una señal deja de ser percibida como ruido y se interpreta como informativa.
O generalizando, cuándo un número de elementos se transforma en un grupo de elementos, cuándo adquieren organización, comportamiento emergente coordinado.
Fascinante, ¿a que sí?
El caso es que para los mejicanos este es el ejemplo típico del tipo de estudio absurdo pero que se publica alto por lo 'cool' que parece. Para mí, en cambio, es un ejemplo de cómo hacer ciencia con lo cotidiano, cómo ver la complejidad matemático-física subyacente a un comportamiento humano. El caso es que nunca soy capaz de convencerles de lo interesantísimo que es este estudio.
Hoy, hablando con otra gente (la del canal #blogalia, para los curiosos), después de mirar por la ventana, se me ocurre preguntarles cuántas gaviotas hacen falta para formar una bandada. Y de repente este estudio me viene a la cabeza. Una de las principales conclusiones del equipo húngaro es que hacen falta 30 personas 'to get the wave going'. Pero no vale que sean 30 personas repartidas aleatoriamente en el estadio de Maracaná, no, tienen que estar agrupadas. Es decir, que hay un momento crítico en el que el movimiento simultáneo de un número de personas deja de percibirse como ruido aleatorio para ser interpretado como algo nuevo, un grupo coordinado que señala el inicio de una ola.
Para el que aún no pille la importancia cuasi ontológica de este tipo de estuidos sobre propiedades emergentes (quizá al soltar un par de buzzwords haya atraído la atención de alguien), quizá sí lo haga el mencionar que el modelo utilizado para la ola es uno utilizado (previamente) para estudiar la fisiología de la contracción cardíaca. Todo el mundo sabe que su corazón late, pero lo que quizá no todo el mundo sepa es por qué late (es decir, mantiene un ritmo de contracciones y relajaciones musculares), ni cómo es posible que se varíe el ritmo de manera coordinada (es decir, que no nos dé un ataque al corazón cada vez que vemos o nos acordamos de Laura).
La respuesta es sorprendente: el corazón es un estadio de futbol y el latido se da gracias a una corriente eléctrica que lo rodea cual ola mejicana. Todo músculo (y el corazón es lo que es) se contrae cuando recibe un estímulo eléctrico proveniente de la terminación nerviosa adyacente. Los detalles moleculares son fascinantes, pero no entraré en ellos. El caso es que sería estúpido tener un nervio controlando contínuamente cada latido del corazón, así que este musculo es algo especial debido a que posee cierta autonomía. En realidad lo que ocurre es que el músculo cardíaco tiene una propiedad normalmente encontrada sólo en el tejido neruronal: una corriente de inversión de la polaridad de membrana recorre las células cardíacas. Esta corriente se origina en un nodo y se extiende al resto del corazón para regresar de nuevo a este nodo y comenzar de nuevo el proceso.
¿Os imagináis qué pasaría si cada fibra del corazón decidiese contraerse por su cuenta? Pues menuda arritmia, sí. Así que la clave para que nuestro corazoncito siga amando a Laura todo sanote es la correcta estimación de cada célula muscular de cuándo contraerse, y este momento es cuando las demás células que la rodean lo están haciendo. Responder a la pregunta de cuántas células en concreto se necesitan es lo mismo que responder cuántas personas son necesarias para formar una ola: determinar el punto umbral a partir del cual una señal deja de ser percibida como ruido y se interpreta como informativa.
O generalizando, cuándo un número de elementos se transforma en un grupo de elementos, cuándo adquieren organización, comportamiento emergente coordinado.
Fascinante, ¿a que sí?
