Domingo 14 de Noviembre de 2004
El Duomo es una de mis catedrales favoritas. Desde que tengo memoria estética las catedrales me han hechizado, pero ésta ocupa un lugar especial.
Son sólo las 7 pero ya es noche cerrada. La figura dorada (en realidad es de cobre) de la Madonnina se perfila contra el negro fondo, encaramada a lo más alto del templo (de un blanco brillante, que la iluminación hace maravillas), como si de verdad estuviese subiendo a los cielos.
Esta escena la contemplo mientras espero mi capuccino en la terraza del ático de La Rinascente. Detrás de mí, las voces de turistas o locales, el ruido de las bolsas con las primeras compras de Navidad al rozar con la tela de pantalones y abrigos.
Mientras disuelvo el azúcar pienso en la honradez. Con el café me han traido la cuenta que yo mismo tengo que llevar a caja para pagar. ¿Qué me impide simular ser un curioso más de los que sube hasta aquí para asomarse a la balconada y admirar la vista? Sólo mi honradez, que quizá no sea mucha si me planteo estas cosas... Quizá la consumición sea más cara aquí fuera por eso, para amortizar los gastos de aquellos que llegan a pensar lo mismo que yo, pero dan un paso más (hacia la salida, que para el otro lado hay una buena caida ;-)
¿Qué tendrán las catedrales que uno empieza viendo a la virgen camino del paraíso y termina cuestionandose el coste económico de la honradez humana?
El Duomo es una de mis catedrales favoritas. Desde que tengo memoria estética las catedrales me han hechizado, pero ésta ocupa un lugar especial.
Son sólo las 7 pero ya es noche cerrada. La figura dorada (en realidad es de cobre) de la Madonnina se perfila contra el negro fondo, encaramada a lo más alto del templo (de un blanco brillante, que la iluminación hace maravillas), como si de verdad estuviese subiendo a los cielos.
Esta escena la contemplo mientras espero mi capuccino en la terraza del ático de La Rinascente. Detrás de mí, las voces de turistas o locales, el ruido de las bolsas con las primeras compras de Navidad al rozar con la tela de pantalones y abrigos.
Mientras disuelvo el azúcar pienso en la honradez. Con el café me han traido la cuenta que yo mismo tengo que llevar a caja para pagar. ¿Qué me impide simular ser un curioso más de los que sube hasta aquí para asomarse a la balconada y admirar la vista? Sólo mi honradez, que quizá no sea mucha si me planteo estas cosas... Quizá la consumición sea más cara aquí fuera por eso, para amortizar los gastos de aquellos que llegan a pensar lo mismo que yo, pero dan un paso más (hacia la salida, que para el otro lado hay una buena caida ;-)
¿Qué tendrán las catedrales que uno empieza viendo a la virgen camino del paraíso y termina cuestionandose el coste económico de la honradez humana?