Han pasado muchos meses desde entonces, pero lamentablemente hoy me acuerdo de aquella conversación. Las semanas posteriores al atentado de Madrid nos tocó vivir el aumento de las medidas de seguridad en el transporte ferroviario holandés, así como unos cuantos sustos por amenazas o falsas alarmas, pero la cosa no pasó de ahí hasta hace una semana. El día de difuntos mataron a tiros a Theo Van Gogh, descendiente del pintor y artista a su manera. Este hombre se dedicaba a lo que todos los holandeses: expresar libremente su opinión, a ser posible llevando la contraria a alguien, en su caso arremetía contra el Islam. Conducía un programa de entrevistas y se dedicaba a dirigir películas, sus últimas un par de documentales a la Moore: uno sobre la represión de las mujeres en el mundo islámico; otro sobre el asesinato del xenófobo candidato a primer ministro Pim Fortuyn hace ya dos años y medio (éste por estrenar). El cadáver apareció con una nota cosida a puñaladas en su pecho. La nota dejaba claro el motivo del asesinato al tiempo que amenazaba a una política holandesa de origen somalí. El asesinato me recordó otros tantos que en España hemos sufrido a manos de ETA. Alguien, por ejercer su libertad de expresión y criticar una ideología extremista, recibe la censura definitiva.
El asesino resulta ser un ciudadano con doble nacionalidad holandesa y marroquí. No es el único detenido, uno de ellos un marroquí con nacionalidad española. Se investigan las conexiones de los detenidos con los detenidos en España en relación con terrorismo islámico, especialmente los atentados de Madrid y Casablanca. Mientras tanto, escuelas islámicas (ayer en Eindoven y hoy en Uden) y mezquitas sufren ataques xenófobos; iglesias cristianas sufren represalias por las represalias. Un grupo amenaza al gobierno con hacerle pagar caro las represalias antimusulmanas.
Este es un país pequeño, densamente poblado, y con una abundante población musulmana de origen indonesio, turco y marroquí; un país que durante años ha tenido una política abierta a los inmigrantes y que desde hace sólo unos pocos ve cómo el sentimiento xenófobo crece (afortunadamente, no tanto como en Flandes). En eso basó su éxito el partido de Fortuyn, y eso explica las reacciones antimusulmanas que han sucedido al asesinato de Theo Van Gogh. Pero también hay un miedo, cada vez mayor, a que esta abundante población musulmana sea germen y escondite de células terroristas. Y no es que pueda ser, es que es. La amenaza al gobierno que decía antes podría ser oportunismo, pero hoy en La Haya hemos vivido (y seguimos viviendo) acontecimientos que me hacen recordar lo que sucedió en Leganés (¿no se sospechaba que uno que escapó entonces vino a parar aquí?).
No quiero tener que vivir con miedo a lo que le pueda pasar a Laura al coger el tren a diario; no quiero tener que vivir con miedo a coger un avión para ir a ver a mi familia. Con ETA al menos lo tenía claro: era víctima potencial si pertenecía a tal o cual partido, o si expresaba públicamente mi oposición a su ideología (a Theo Van Gogh le habían amenazado de muerte, como a tanta gente en España), pero el caso es que a pesar de los muchos atentados perpetrados en Madrid, nunca me sentí amenazado. Soy afortunado porque en Marzo no perdí a seres queridos por una serie de afortunadas casualidades, pero no es la proximidad lo que me hace tener más miedo ahora, sino el sentimiento de que ya no sólo nos amenazan por pensar como pensamos, sino que somos instrumento para chantajear a gobiernos (el de España ya se ha retirado de Iraq, fuese eso lo que querían o no; el de aquí lo hará después de Enero). Quizá ya lo eramos antes, pero no de manera tan patente.
¿A dónde se dirige este mundo? ¿Hay alguna solución posible?